No faltan noticias sorprendentes
que nos vapuleen a diario. Cualquier lugar del mundo es bueno para que ocurra
algo inverosímil que nos sobrecoja o que nos saque de nuestro limbo particular
de equilibrio y evolución.
La noticia de que un monje de
Shaolín de Bilbao ha torturado y asesinado supuestamente a otras personas no
solo es sobrecogedora, sino que es realmente una verdadera catástrofe para una
sociedad cada vez más carente de referencias evolutivas coherentes.
Nuestro nivel de crisis se
encuentra ya en máximos históricos, pero no me refiero únicamente a la crisis
económica. Estamos en una crisis profunda de valores, precisamente de los
valores que los instructores de artes marciales queremos consolidar como eje de
convivencia humana y como fundamento para una sociedad pacífica y autocontrolada.
Este personaje perdió la cabeza y
el alma en un camino equivocado, su camino no era el camino de un artista
marcial. Para aquellos que estamos al pie del cañón en esta difícil vía no nos
cabe la más mínima duda. La vía de las artes marciales no son rituales llenos
de collares en los que nos afeitamos la cabeza y quemamos incienso en un altar
de dioses ajenos. No vestimos hábitos monásticos para desarrollar nuestro arte.
Buscamos fundamentalmente el
equilibrio, el autocontrol, la gestión positiva de las energías nefastas de la
violencia y la incoherencia vital. Para un artista marcial, despertarse cada
día es un milagro y un regalo del cielo al que debe responder con la máxima
apuesta por la vida, por las personas y por la convivencia en paz.
Es fácil banalizar nuestro camino
reflejándolo en tantas y tantas películas cuyos personajes no buscan en
realidad estos objetivos. Todos somos un poco culpables de endiosar a los
personajes de estas películas, de quedarnos con el modelo de protagonista
espiritual, implacable, musculado y vengativo que subyuga a todos los que
intentan doblegarlo. La mayor parte del cine de artes marciales se centra en
aspectos tan negativos como la venganza, la competitividad, la invencibilidad o
el dominio guerrero de unos sobre otros. Un desastre que fundamenta, por
desgracia, el interés de algunos por estos antiguos métodos de crecimiento
personal y autodefensa.
Pero no nos equivoquemos, este
individuo no ha cometido estas atrocidades por ser un monje de Shaolín
desvariado o un artista marcial al que su camino le hizo enloquecer. Este
personaje se perdió nada más empezar. Comenzó equivocándose en la primera curva
del camino en la que se cayó en la cuneta del ego, el endiosamiento y la
monástica locura incoherente de quien ha nacido en una población occidental del
siglo XX, ya XXI, y cree que sigue viajando en el tiempo a través de su disfraz
de monje occidental.
Realmente este hombre no puede
ser una vergüenza para el colectivo con el que él ha pretendido identificarse,
precisamente porque no tiene nada que ver realmente con él. Estamos ante una
perversión humana monstruosa capaz de torturar a una persona hasta la muerte
¿Qué tiene esto que ver con las artes marciales?
Si alguien tiene dudas al
respecto baste señalar que en España no somos unos cuantos practicantes de
artes marciales, somos cientos de miles que diariamente acudimos a nuestras
salas de entrenamiento a mejorarnos como personas. Acudimos a una cita obligada
con nuestra responsabilidad de evolucionar hacia la mejor versión posible de
nosotros mismos, con determinación, esfuerzo y paciencia. No nos pavoneamos, no
representamos un papel anacrónico que convenza a todos los sedientos de
películas y de historias de otro mundo. La realidad es mucho más cruda.
La realidad de la práctica es
encontrar el tiempo para integrarla en una vida llena de obligaciones
laborales, familiares y sociales. Es conseguir pagar la cuota del gimnasio pese
a estar en el paro o, para el caso de los profesores, explicar en tu casa por
qué este mes tienes menos alumnos y no hay dinero para ningún extra o incluso
para lo imprescindible, aunque seguimos luchando por fomentar estos valores
fundamentales de lo que entendemos como humanidad.
En este país el camino del
artista marcial es mucho más complejo de lo que parece. Como para tantas otras,
no hay ninguna ayuda pública real para esta actividad profesional. Sometidos a
las mismas presiones económicas que cualquier otro autónomo, nos enfrentamos a
ofertas laborales indignas que ofrecen duros a tres pesetas, sin tener en
cuenta la trayectoria profesional que hay detrás de los que nos dedicamos a
esto.
Realmente, personajes nefastos
como este son los que tienen acceso a los canales de televisión, editan vídeos
de gran popularidad, realizan cursos masivos atestados de acólitos que buscan
una iluminación barata (o cara) y rápida. Estos son los que, llamándose a sí
mismos artistas marciales, triunfan económicamente en nuestro país y se señalan
a sí mismos como referentes de esta vía. Estos que seguramente no saben lo que
es limpiar la sala de entrenamiento, hacer encajes de bolillos con las facturas
pendientes para poder mantener la sala abierta, trasnochar preparando clases
para que los alumnos no pierdan la ilusión y reciban la información de la forma
más amena, práctica e inteligible posible, o dar clases para 10 o 4 o 1 si se
da el caso, poniendo siempre lo mejor de nuestro corazón y nuestra
profesionalidad en dicha acción.
Quizá un artista marcial real no
vende tanto. Se muestra con una verdadera humildad que la masa estima sin
interés. Presenta una única y verdadera ambición, progresar en su arte y en la
difusión de aquello que le ha sido legado para que juntos podamos enfrentarnos
a los retos de la vida. No utiliza poses ni frases rimbombantes. Trabaja duro
día a día para poder vivir de su actividad docente en una profesión cada vez
más castigada. La humildad, la honestidad, el honor, la colaboración, el
respeto y otros muchos valores intrínsecos al eco de nuestra tradición,
simplemente no venden tanto como un mono vestido de seda.
Hoy es un día de luto por varios
motivos. El primero e insoportable es porque unos seres humanos han sufrido el
desequilibrio y la perversión de una persona innombrable. También, porque en el
habitual ejercicio de hacer pagar a justos por pecadores, todos los artistas
marciales nos llevaremos una gota de esa sangre que seguramente, de haberlo
podido evitar, lo habríamos hecho incluso con la nuestra propia, ese es
realmente nuestro camino. Defender al débil, representar la justicia y la
sabiduría desapareciendo uno mismo si hace falta, en nuestra práctica lo
denominamos Wu wo, sin ego.
Pero en esta ocasión hemos
llevado rasca todos, budistas, gimnasios y artistas marciales. Tendremos todos
y todas que reflexionar sobre el mundo que estamos propiciando, que permite que
se aplauda a este tipo de personajes relevantes
en la esfera de los medios de comunicación para después, cuando aparece su
vergüenza insoportable, compartir lo amargo con los demás que antes
mediáticamente ni existían.
Es fundamental que la justicia
funcione y ponga las cosas en su lugar en el ámbito de la legalidad con
contundencia y efectividad. También es fundamental que nuestra sociedad haga un
ejercicio de madurez y justicia y no permita el linchamiento de nuestro
colectivo por una acción que no nos pertenece y que condenamos con todas
nuestras fuerzas.
Francisco J. Soriano
Delegado de Unionwushu en Málaga
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